Con mucha seguridad puedo decir que esa noche me quería morir de tanta rabia que sentía y te apuesto lo que quieras (como a que nunca volverás, por ejemplo) que hay escritos más de 100 papers al respecto, algo así de "cómo morir de pura rabia", cosa que no pasó por razones evidentes: esto de que yo estoy muy acá y tú, aparentemente.
No. Bueno.
Pero esa noche lloré tanto, tanto; cómo si me hubieran robado a un hijo. Tú no entendías nada porque eso era lo que siempre (no) hacías. Yo, furiosa, te lancé por la cabeza mi ahora inutilizable pero más que amada polera negra desteñida con grotescas manchas, cortesía del señor Cloro que habías dejado destapado por ahí.
Yo sé que no fue sólo por eso, que probablemente fue también culpa de la polilla mutante e idiota golpeándose estúpidamente contra la de mesita de luz, del zancudo asesino torturándome las plantas de los pies y creo que sobre todo, el calor insoportable de un verano que en general fue frío. ¿Te acuerdas del día en que nevó? Todos estaban tan confundidos que al salir de sus casas y encontrarse con la nieve apilada frente a ellos, se devolvieron corriendo para cerciorarse de que era verano, en pleno, y que nadie había hecho ningún absurdo salto en el tiempo.
Obviamente te acuerdas, porque justo esa noche pasó todo esto de la polera, la polilla y otros insectos varios. Llegaba a ser vergonzoso estar tan sudados dentro de pijamas de polar que habíamos tenido que buscar en la ropa profundamente guardada de invierno.
“Odio esto de una manera incomprensible” dijiste con un ceño fruncido mientras te sacabas la ropa con rabia.
Yo también tenía rabia, pero me la aguanté hasta que pasó lo que ya recordamos los dos. O solamente yo.
Nunca he tenido muchas certezas contigo. Siempre fingiste estar donde nunca hubo nada por lo que cuando no entendiste eso que era tan simple como mirar al sol y quedar ciego, algo dentro de aquí (e imagínate que ahora pongo mi mano sobre mi pecho y mi expresión facial es de total desolación) se rompió de manera irreversible y cayó dentro de una nada tan inconmensurable que me siento idiota ahora de tan sólo mencionarlo.
No me vengas que fueron alucinaciones mías porque tú nunca estuviste en la manera metafórica que te estoy caricaturizando. Yo te lo dije tantas veces. Que aquí hacías falta, que no tenía sentido que llegaras a un lugar con el único fin de no estar. Eso cansa. Y estoy mortalmente cansada ahora pero sin la más mínima rabia mientras me pregunto si tanto prefacio está teniendo sentido.
Hey, si dejara esto hasta acá y te contara que lo que va a pasar ahora es tan absurdo como casi todo lo que pasó esa noche, ¿me creerías? Ahora que tú ya no das más, que todo es mi culpa por idealizar demasiado tu existencia y no creerte para nada cuando me dijiste que la tierra estaba a punto de partirse.
¿Me creerías?
Si yo estuviera justo frente a ti, y tú de pronto fueras yo lanzando una polera hacia un tipo irritado (tú, ahora yo) pero no tan completamente perdido como para no notar que la tierra, el polvo y el sol saliendo por el norte a las 3 de la mañana; la mujer (yo, ahora tú) histérica sin querer escuchar advertencias, la que no se mueve ni un centímetro a pesar de la trizadura bajo sus pies tan evidente como para intentar dar un salto, por lo menos, a la luna. Me pierdo. Básicamente si yo fuera tú y tú fueras yo, ¿me creerías?
Para mí es todo tan simple. Puedo verte caer desnudo dentro de un agujero que se armó de la nada justo en el lugar donde mis pies porfiados estuvieron segundos antes de que tú los reemplazaran con los tuyos y tu cara de incredulidad cayendo y cayendo mientras la mía de puro espanto me inmovilizaba por lo que cuando el suelo volvió a su lugar (sin ti en absoluto), el hecho de que intentar alcanzarte de cualquier manera de pronto sería imposible desde cualquier punto (realistamente posible) fue lo que me hace formularte esta pregunta de la cual ya sé la respuesta porque no te has movido ni el más mínimo centímetro desde que la tierra comenzó a―.
Mario se despertó gritando un nombre que no conocía. Era verano, las 3 de la mañana y el sol comenzaba a alumbrar de manera grotesca por la ventana.
C.
No. Bueno.
Pero esa noche lloré tanto, tanto; cómo si me hubieran robado a un hijo. Tú no entendías nada porque eso era lo que siempre (no) hacías. Yo, furiosa, te lancé por la cabeza mi ahora inutilizable pero más que amada polera negra desteñida con grotescas manchas, cortesía del señor Cloro que habías dejado destapado por ahí.
Yo sé que no fue sólo por eso, que probablemente fue también culpa de la polilla mutante e idiota golpeándose estúpidamente contra la de mesita de luz, del zancudo asesino torturándome las plantas de los pies y creo que sobre todo, el calor insoportable de un verano que en general fue frío. ¿Te acuerdas del día en que nevó? Todos estaban tan confundidos que al salir de sus casas y encontrarse con la nieve apilada frente a ellos, se devolvieron corriendo para cerciorarse de que era verano, en pleno, y que nadie había hecho ningún absurdo salto en el tiempo.
Obviamente te acuerdas, porque justo esa noche pasó todo esto de la polera, la polilla y otros insectos varios. Llegaba a ser vergonzoso estar tan sudados dentro de pijamas de polar que habíamos tenido que buscar en la ropa profundamente guardada de invierno.
“Odio esto de una manera incomprensible” dijiste con un ceño fruncido mientras te sacabas la ropa con rabia.
Yo también tenía rabia, pero me la aguanté hasta que pasó lo que ya recordamos los dos. O solamente yo.
Nunca he tenido muchas certezas contigo. Siempre fingiste estar donde nunca hubo nada por lo que cuando no entendiste eso que era tan simple como mirar al sol y quedar ciego, algo dentro de aquí (e imagínate que ahora pongo mi mano sobre mi pecho y mi expresión facial es de total desolación) se rompió de manera irreversible y cayó dentro de una nada tan inconmensurable que me siento idiota ahora de tan sólo mencionarlo.
No me vengas que fueron alucinaciones mías porque tú nunca estuviste en la manera metafórica que te estoy caricaturizando. Yo te lo dije tantas veces. Que aquí hacías falta, que no tenía sentido que llegaras a un lugar con el único fin de no estar. Eso cansa. Y estoy mortalmente cansada ahora pero sin la más mínima rabia mientras me pregunto si tanto prefacio está teniendo sentido.
Hey, si dejara esto hasta acá y te contara que lo que va a pasar ahora es tan absurdo como casi todo lo que pasó esa noche, ¿me creerías? Ahora que tú ya no das más, que todo es mi culpa por idealizar demasiado tu existencia y no creerte para nada cuando me dijiste que la tierra estaba a punto de partirse.
¿Me creerías?
Si yo estuviera justo frente a ti, y tú de pronto fueras yo lanzando una polera hacia un tipo irritado (tú, ahora yo) pero no tan completamente perdido como para no notar que la tierra, el polvo y el sol saliendo por el norte a las 3 de la mañana; la mujer (yo, ahora tú) histérica sin querer escuchar advertencias, la que no se mueve ni un centímetro a pesar de la trizadura bajo sus pies tan evidente como para intentar dar un salto, por lo menos, a la luna. Me pierdo. Básicamente si yo fuera tú y tú fueras yo, ¿me creerías?
Para mí es todo tan simple. Puedo verte caer desnudo dentro de un agujero que se armó de la nada justo en el lugar donde mis pies porfiados estuvieron segundos antes de que tú los reemplazaran con los tuyos y tu cara de incredulidad cayendo y cayendo mientras la mía de puro espanto me inmovilizaba por lo que cuando el suelo volvió a su lugar (sin ti en absoluto), el hecho de que intentar alcanzarte de cualquier manera de pronto sería imposible desde cualquier punto (realistamente posible) fue lo que me hace formularte esta pregunta de la cual ya sé la respuesta porque no te has movido ni el más mínimo centímetro desde que la tierra comenzó a―.
Mario se despertó gritando un nombre que no conocía. Era verano, las 3 de la mañana y el sol comenzaba a alumbrar de manera grotesca por la ventana.
C.